Como el espectro del racismo nos incluye más o menos a todos, pero el término apunta en una sola dirección, decir que Gurriel es racista pero no tomarte el trabajo de pensar de qué manera y en qué medida lo es, equivale a decir que Gurriel pertenece al club de Trump, de Steve Bannon, y que practica el racismo de modo deliberado, como una ideología programática.
Ha ganado la Serie Mundial después de una temporada incuestionable, ha clausurado de un golpe su largo expediente de momentos desafortunados en el béisbol amateur, ha despejado en los fanáticos sensatos las dudas sobre su verdadero nivel, se ha destapado como un bateador del clutch y ya no es tampoco la máxima figura de su equipo, pero el karma de Yulieski Gurriel no lo va a dejar en paz.
Se guardó en el bolsillo la última pelota de 2017 y, cuando todo debería haber concluido, ya Gurriel había garantizado que la saga continuase, después de pegar en el juego tres un jonrón por el izquierdo, hacer en el banco un gesto de ojos rasgados y decirle chinito al pitcher japonés Yu Darvish. La definición de racista ha caído sobre él. Empecemos por ahí. No puedes decir que un japonés es chino y menos aún simplificar dos culturas, cualesquiera que sean. Para colmo, solo un décimo de una de estas dos civilizaciones reduciría a tu país de un zarpazo.
Como el espectro del racismo nos incluye más o menos a todos, pero el término apunta en una sola dirección, decir que Gurriel es racista pero no tomarte el trabajo de pensar de qué manera y en qué medida lo es, equivale a decir que Gurriel pertenece al club de Trump, de Steve Bannon, y que practica el racismo de modo deliberado, como una ideología programática.
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