La familia de cinco evacuados había pasado sólo una noche en la escuela intermedia South Dade, acostada en pasillos atestados con frazadas que cubrían el piso. Entones decidieron correr el riesgo y enfrentar la tormenta por su cuenta.
El sábado a eso de las 3 de la tarde se acercaron a un soldado de la Guardia Nacional que custodiaba la escuela convertida en refugio. Le dijeron en español que vivían cerca y querían irse porque les sería más cómodo esperar la tormenta en su apartamento. Afuera había dejado de llover y el viento había amainado. Era difícil creer que se acercaba un huracán.
Después de preguntarles dónde estaba su casa y qué preparativos habían hecho, el militar los dejó ir.
En los albergues de Miami-Dade, algunos llenos a más de su capacidad, cientos decidieron que las pocas lluvias de la tormenta, y los vientos nada amenazadores hasta el momento, eran lo suficiente para arriesgarse afuera en vez de permanecer atestados adentro, mientras otros miles más de evacuados ocupaban su lugar.
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