Los edificios de los alrededores de la Iglesia del Sagrado Corazón tenían algunas ventanas con periódicos en lugar de vidrios. Las calles estaban llenas de agujeros. Las paredes descascaradas. Hasta que el papa Francisco dijo que venía a La Habana.
De la nada aparecieron cuadrillas de empleados públicos que han estado embelleciendo una ciudad conocida por su deterioro, tapando agujeros, revocando paredes y pintando fachadas con colores pastel, de tono rosado, azul y verde.
A lo largo y ancho de la capital, cientos de trabajadores han plantado palmeras, recogido basura y arreglado aceras. Flamantes grúas y cargadores que parecen naves espaciales ayudan a resolver problemas que habían sido ignorados por años.
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