En vez de ser un hombre murciélago o un extraterrestre con superpoderes venido de un planeta lejano, el Chapulín Colorado no es más que un insecto que se come en tacos en el sur de México, y cuyo máximo poder es el de dar saltos. Esto, en la imaginación de Roberto Gómez Bolaños, fue más que suficiente para emprender innumerables aventuras.
Quizá uno de los motivos más importantes para adorar al Chapulín Colorado es que era un héroe sin una gran musculatura, falible, torpe, al que le salen las cosas por pura “chiripada”, pero con un gran corazón y desinteresado al ayudar a quienes lo necesitaban. En resumidas cuentas sus virtudes y defectos son los mismos que los de la cultura latinoamericana.
“¡Más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga, su escudo es un corazón!”, decía el presentador al comienzo de cada emisión.
La fórmula para el éxito del Chapulín también estuvo en el poder de las palabras. Sin importar la situación bastaba con decir “íOh! ¿Y ahora quién podrá ayudarnos?” para que apareciera, y a lo largo de sus intervenciones eran infaltables frases como “no contaban con mi astucia”, “síganme los buenos”, “lo sospeché desde un principio” y “que no panda el cúnico”, entre otras tantas que el público ansiaba encontrar en cada episodio para repetirlas con el Chapulín.
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