Debido a la situación económica, el crecimiento de los vendedores ambulantes en el barrio dominicano de Washington Heights (Alto Manhattan) en New York, ha sido astronómico en los últimos tres años. La aglomeración de inmigrantes, mayoritariamente dominicanos en arterias tan transitadas como la avenida Saint Nicholas, Dickman, Sherman y otras refleja una tícpica estampa del subdesarrollo y sus mercados callejeros de purga o pacas.
Los vendedores, de quienes las autoridades en su mayoría no cuentan con el permiso legal de la alcaldía para vender sus productos a los transeúntes, ofertan toda clase de mercancías desde chucherías, perfumes, electrodomésticos usados, ropas, celulares, teléfonos residenciales, comidas, repuestos para dispositivos, prendas, artículos ferreteros, zapatos, tenis, computadoras y todo lo que puedan comprar para revender en las calles.
Muchos, tienen precios más altos que las tiendas y se les critica porque no pagan renta, impuestos ni empleados.
Pero el hecho es que la enorme cantidad de ellos, de los cuales una gran cantidad fueron despedidos de sus empleos en medio de una de las crisis económicas más impactantes en Estados Unidos y Nueva York, no ven otra opción que la de tirarse “calle en medio” a buscar el sustento de sus familias.
Desafían tórridos inviernos, veranos candentes, vientos de otoño a gran velocidad y hasta el emplazamiento de las autoridades.
La economía subterránea los ha absorbido.
La situación actual de los vendedores ambulantes en el Alto Manhattan, reedita una similar en la década de los noventas y que forzó a crear la “Plaza de Las Américas” en el espacio de la calle 175 entre avenidas Wadsworth y Broadway, pero donde sólo unos pocos pudieron lograr ser reubicados.
La historia se repite con la agravante de que el alcalde Michael Bloomberg, una figura más corporativa que política, intenta fabricar dinero hasta de donde no lo hay.
Por ello, ha ordenado al Departamento de Policía (NYPD) mantener las nuevas batidas contra esos vendedores cuya cantidad ciertamente reduce considerablemente el espacio de las calzadas.
Hace unos días, el comandante del cuartel 34, Barry Buzzetti dijo en una reciente reunión del Consejeo Comunitario del Precinto 34 que instruirá a sus agentes para que limpien el barrio de los vendedores ambulantes.
Esta semana, este reportero verificó que patrullas de ese cuartel, se “tiraron” en la calle 181 y avenida Saint Nicholas, donde además de multar a los expendedores, confiscaron hasta carritos de hacer “guayaos” o “yunyunes” y docenas de otras mercancías.
Los multados son citados a la corte para que respondan por la violación, en tanto, el conseguir el permiso se compara a encontrar una “aguja en un pajal” debido a la excesiva cantidad de peticiones archivadas.
“No podemos deshacernos de todos los vendedores del vecindario”, dijo el comandante, “pero trabajaremos en algunos puntos de los más congestionados como las calles 180, 182 y Dickman”.
“Después de esa fase iremos a la avenida Vermylea”, añadió el oficial.
Quejas de los residentes apuntan a que los vendedores ambulantes bloquean más de la mitad de las aceras con sus mesas móviles, cuya situación se ha agravado en los últimos, especialmente los fines de semana.
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