Para quienes le conocen, Juan Luis Guerra es un ser humano de dimensiones insospechadas por el común denominador de las personas. Para todos los demás, es bien sabido que su música le ha hecho girar 360 grados contagiando al mundo desde los escenarios más diversos a ritmo de bachata, jazz, merengue y son.
Los aplausos del publico son un gran regalo para este cantautor dominicano, quien además es uno de los artistas latinoamericanos que más Grammys ha ganado: 18 en total, entre el premio latino y el americano, más allá de su extraordinaria popularidad Juan Luis los recibe con humildad, pues desde hace alrededor de 17 años eleva su arte y vive su vida para la Gloria de Dios.
Con una Fe adquirida y fortalecida en el día a día, agradece constantemente las luces y sombras que puedan aparecer en su trayecto, porque como ha dicho Guerra “todo se supera”.
Nuestra cita con Juan Luis estaba pautada previo a un concierto que ofrecería el artista en la ciudad de Bogotá, Colombia, donde ofreció sus delcaraciones.
Fue un día muy especial. Juan Luis Guerra, los integrantes del grupo 4-40 y demás miembros del equipo de trabajo, aproximadamente 30 personas, arribaron a Bogotá la noche anterior a la presentación que incluía la participación de otros reconocidos artistas, pero donde sin dudas era esta agrupación dominicana uno de los principales atractivos en cartel. Ya llegado el día, la jornada de trabajo inició muy temprano, a las 9 de la mañana estaban reunidos para hacer prueba de sonido en el estadio ‘El Campin’, lugar que horas más tarde abriría sus puertas a 40 mil espectadores que le aplaudirían sin cesar... Y así fue, una noche mágica para todos, en especial para Juan Luis Guerra.
Ante la magnitud del artista al que estaba acompañando, más que sus premios, reconocimientos y vida pública que por referencia todos conocemos, particularmente me inquietaba percibir más sobre el ser humano al que quizás la mayoría no tiene acceso.
Una de mis primeras y más grandes sorpresas la recibí al presenciar el ensayo del grupo, al ver la puntualidad del artista para iniciar y terminar el mismo, una hora de duración, lo cual apunta a su gente que quiere hacer exactamente igual durante el concierto ‘por respeto a los artistas que irán después de mí’. Una consideración que envía un claro mensaje sobre su calidad humana y profesional.
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