Escuchar cantar a Pablo Milanés es como montarse en un autobús en un día de lluvia, abrir la ventanilla y entre los paisajes que se van observando a la velocidad del vehículo ir repasando en la mente una película en donde están los recuerdos de vidas pasadas.
Las historias de Milanés son de amores que abandonan, desamor, compartir, la soledad, el deseo de no dejar ir y apagarse a alguien solo para no vaciar una vida.
Y con esta misma melancolía fue como el pasado sábado se vio entrar a las 9:15 de la noche a escena a un cantautor venerado por muchos y que entregó un concierto en donde había un dejo de tristeza y romanticismo que le valió para que nueva vez lograra la conexión con el público y los aplausos no se hicieron esperar.
El fundador de la nueva trova cubana llegó vestido de negro, de caminar suave y de palabras tranquilas, con seis músicos que tocan teclado, una batería, percusión, saxo, un bajo y un violín, apostados a sus espaldas, que se convierten en sus cómplices para lograr un concierto en donde sus seguidores escuchaban sus canciones, pero además vieron a un pablo nostálgico y triste, que no habló de política y mucho menos, como siempre suele hacer, de los cubanos que andan por el mundo.
A ellos ni siquiera les dedicó una canción como hizo en sus conciertos en Miami y Nueva York.
Dio un show de casi dos horas en el Teatro Nacional bajo la responsabilidad del empresario Félix Cabrera.
El artista de 68 años, nacido en Bayamo, en Cuba, no dejó de interpretar sus queridas composiciones “Yolanda”, “El tiempo pasa”, “En el breve espacio en que no estás”, “Ámame como soy”, “Nostalgias”, “Cuánto gané, cuánto perdí”, “Plegaria”, “Si ella me faltara alguna vez”, y otros.
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