BONAO.-La identificamos con Cándido Bidó, uno de nuestros pintores más queridos y
que, como ningún otro artista, ha promovido las artes en la ciudad que lo vio
nacer.
Su fallecimiento a destiempo, cuando él
aun vislumbraba proyectos, nos ha privado de un ser humano excepcional que
había erigido un verdadero organismo colectivo, un centro de enseñanza, y un
museo personal.
Esa hazaña cultural,
que enorgullecía a los bonaenses y a todo el pueblo dominicano, ha sufrido por
la desaparición de su fundador y soporte principal, y languidece como si
recordara llorando: hoy necesita apoyo económico y algo más. Cándido Bidó selló
un compromiso con el arte desde el período de la adolescencia, y durante 60
años lo asumió permanentemente, a través de exposiciones, concursos, clases, y
finalmente, de su fundación y museo.
Cuando tomaba una decisión no cedía, y
actuaba, con una voluntad férrea, la cual se aliaba naturalmente con una inteligencia,
bondad y generosidad poco comunes. Planificó y creó así –venciendo todos los
obstáculos– el conjunto de la Plaza de la Cultura de Bonao, esa construcción
impresionante, la primera en su categoría en una plaza pública y en el interior
del país.
Él sentó otro precedente. El museo, los
talleres, las escuelas de bellas artes –pintura, danza, teatro, música–
conformaron la primera institución educativa de arte y cultura realizada por un
artista plástico y una cooperación bienvenida entre el sector privado y la
municipalidad. La historia se ha contado muchas veces: antes era un modelo a
seguir, ahora es el ejemplo que se debe proteger, mantener, sino salvar.
Ya Cándido no está, con su entrega, sus
iniciativas, su fuerza, hasta sus exigencias, que se presentaban al sector
oficial a pesar de una resistencia y renuencia a sostener aquella obra
formidable… Ahora, cuando el Ministerio de Cultura está dispuesto a favorecer
proyectos culturales, no cabe duda de que el más importante y ya totalmente
comprobado en sus resultados es la Plaza de la Cultura de Bonao, pero sin esa
ayuda pública imprescindible, ni la enseñanza, ni la difusión, ni los estímulos
a la creación podrán subsistir, y mucho menos crecer de acuerdo a la demanda.
Recordemos otro éxito de Cándido Bidó:
el haber logrado celebrar la Bienal Paleta de Nickel, de convocatoria nacional,
completamente patrocinada por la Falconbridge. Decenas de artistas estuvieron
esperando en vano una nueva edición: su gran ideólogo partió y la coyuntura
empresarial ha cambiado. Menos radical que la Bienal Nacional y el Concurso E.
León Jimenes, más accesible a talentos todavía respetuosos de lo tradicional
vernáculo, se justificaba plenamente, y un sector, esencialmente joven, se
siente defraudado. ¡Cándido Bidó hubiera peleado esa suspensión! ¿Qué queda de
la esperanza? Una ilusión viva todavía…
En cuanto a la dirección del Museo,
otras tareas y responsabilidades, el profesor y artista Julio Valentín –que
siempre estuvo al frente–, las asume, hasta albergando allí su propia colección
y taller. Sin embargo, aunque acompañado reglamentariamente por un Comité local
de personalidades notables, le convendrían colaboradores y/o asesores, tanto
para el funcionamiento diario como para el desarrollo programático. Sin Cándido
Bidó, el cargo se volvió carga, y los primeros, preocupados por tantas
obligaciones y ya carencias, son los hijos del “maestro de Bonao”.
Respecto a las inmediaciones y
edificaciones –sin hablar de aquellas todavía en construcción–, incluyendo a
los maravillosos murales de nuestro Cándido, igualmente únicos en concepción y
realización, obviamente en peligro y deterioro, la parte arquitectónica
–exterior e interior–, requiere que se evalúe su condición, se repare, se
restaure, se renueve. Ya tampoco está el arquitecto Erwin Cott Creus, autor del
diseño y constructor, quien hubiera podido intervenir. La Plaza de la Cultura
constituye una obra pública y comunitaria: la responsabilidad de su estado y
estatus es… estatal, valga la redundancia.
Como amiga entrañable de Cándido Bidó y
su familia, aparte de nuestras obligaciones morales como profesional del arte,
simplemente alzamos una voz de alerta, y esperamos que se escuche.
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