
Doña Susana era pianista de profesión, labor que dejó de lado hace 44 años para dedicarse al periodismo, carrera que no le otorgado grandes ganancias, pero la pasión que la inspiraba la compensó generosamente. Al igual que las vestales romanas, la sacerdotisa de la prensa dominicana supo cumplir con sus mejores responsabilidades: mantener encendido por decenios el fuego sagrado del conocimiento, la gracia y el bien estar.
Susana Morillo escogió el seudónimo de Vesta cuando la pasión por la literatura aún no devenía en periodismo, cuando sus sueños giraban en torno a la poesía y la música, cuando tocaba en la pianola de su hogar, en el San Pedro de sus recuerdos, con sus piececillos que apenas rozaban las teclas, sin presagiar el destino que le esperaba dentro de los medios de comunicación.
Poseedora de la memoria colectiva de la prensa social dominicana, Susana llegó a ella en la segunda etapa del periódico Listín Diario, cuando todavía hablar de la sección de sociales era un proyecto en ciernes, sin demasiados adeptos.
A sus 91 años, Doña Susana, seguia teniendo la virginidad necesaria para el asombro, la lámpara perennemente encendida, para dar luz a los que hasta ella llegan. Capaz de robarse la atención de todos, Susana se convierte en centro de interés en cualquier lugar a donde llegue.
Ella era una alegre combinación de elementos: coquetería femenina, cultura y memoria prodigiosa. Con un alto sentido de la autoestima, doña Susana se negaba a envejecer.
Comentarios